RIO :: Una historia de esfuerzo y determinación

Cuando Miguel Ríos era apenas un niño, su hermana y su marido entablaron una gran amistad con su vecino de al lado, Don Pedro Peñas, quien ya se dedicaba a la fabricación de helados en Helados Peñas. La amistad duró muchos años, compartían la pesca y otras aficiones. Un día, cuando tenía 20 años, Miguel le dijo en broma a Don Pedro: “¿me enseñás a hacer helado que me pongo una heladería?”. Don Pedro lo tomó en serio y le tendió una mano para comenzar el proyecto.

Era el año 1966. “Me perdí el viaje de estudios por poner la heladería”, cuenta Miguel. “Me fui a San Lorenzo con esa ilusión a buscar locales. Plata no había. El único capital era una motoneta que había comprado hacía poco”.

Comenzó con su cuñado en un local de San Lorenzo al que llamaron San Remo. “Don Pedro nos consiguió facilidades de pago en una fabricadora Siam con 6 tubos al costado, todo refrigerado a calcio. Empezamos a trabajar muy bien, pero en el año 67 le dejé el negocio a mi cuñado y me abrí porque empecé a trabajar en Cerámica San Lorenzo, donde gozaba de un buen sueldo”.

Sin embargo, Ríos estaba obsesionado con poner una heladería en Rosario e instalarse allí. Un año después estaba cumpliendo este sueño, con la heladería Lavalle en la esquina de la calle homónima y Urquiza. Mientras tanto, seguía trabajando en San Lorenzo, lo que implicaba viajar todos los días.

Un día, Ríos recibió una llamada de su tío, quien le informó que se alquilaba un local en una esquina: Mendoza y Constitución. El lugar perfecto. “El precio era muy alto. Mi tío me ofreció salirme de garantía. Cerré los ojos y dije, acá no puedo fallar”, explica Ríos, reviviendo el momento en que tomó la acertada decisión. “Era la pasión por el helado y ese entusiasmo de joven”.

En el año 72 se inauguró la flamante heladería: un éxito rotundo. Miguel pudo permitirse renunciar al trabajo en San Lorenzo. Se acercaba el fin del contrato y el dueño le ofreció la opción de compra. “La oferta tenía un plazo que estaba llegando a término y yo todavía no conseguía la plata, no podía dormir. Al final un amigo me ayudó a conseguir un crédito. Los proveedores se portaron muy bien conmigo. Me daban facilidades de pago. De no ser así, no sé cómo habría hecho. De a poquito fui saliendo de las deudas, se vendía muy bien”, cuenta Miguel, agradecido.

En ese momento, modificó el nombre de la heladería a Río. “La gente piensa que se lo puse por mi apellido”, se ríe Miguel. “En realidad, yo soy Ríos con S. Le puse el nombre porque toda la vida me gustó el río”.

En 1993, Ríos compró otra heladería en Pellegrini y Pueyrredón. En 2010, Miguel se jubila, dejando a sus hijos a cargo del negocio. “Río comenzó a tener muchas más sucursales. Mi único trabajo era probar los helados, una especie de control de calidad. Hay gente que ni se da cuenta la diferencia entre el helado artesanal o industrial pero muchos sí saben tomar helado, como hay gente que sabe distinguir un vino bueno y gente que no. Tratamos de ofrecerle a la gente lo mejor posible”.

La labor de los descendientes dio lugar a un proceso de expansión, llegando a abrir en 2013 una sucursal en Fisherton Plaza, en 2017 en City Center y en 2018 en Paso del Bosque. Además, se realizó un cambio de planta para unificar depósito y administración en un mismo espacio, logrando así una mejor productividad. Andrés Ríos, el hijo de Miguel, fue también presidente de la Cámara de Heladeros, logrando incrementar el posicionamiento de Rosario como Capital del Helado Artesanal.

Miguel Ríos falleció en 2019. Sus colegas heladeros lo recuerdan con mucho cariño.